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EL LIBRO

Definición de libro
La historia del libro
Partes del libro


Definición de libro
Libro, obra impresa o manuscrita no periódica que consta de una serie de hojas (más de 49 según la definición de libro dada por la UNESCO) de papel, pergamino, vitela u otro material, cosida o encuadernada que se reúne en un volumen. Un libro puede tratar sobre cualquier tema. Es cada una de las partes de dicha obra y los códigos y leyes de gran extensión. Hoy día, no obstante, esta definición no queda circunscrita al mundo impreso o de los soportes físicos dada la aparición y auge de los nuevos formatos documentales y especialmente de la World Wide Web. El libro digital conocido como e-book está irrumpiendo con fuerza cada vez mayor en el mundo del libro y en la práctica profesional bibliotecaria y documental. Además el libro también puede encontrarse en formato audio, en cuyo caso se le denomina audiolibro. Muchas personas dicen que los libros son una forma de expresar la forma en que una persona toma todo su conocimiento respecto al mundo, y lo manifiesta a partir de hojas con letras de una forma que se relate un documento, ya sea real o de ficción.




La historia del libro
La historia del libro se debe a una serie de innovaciones tecnológicas que han permitido, con el paso de los siglos, mejorar la calidad de conservación de los textos y el acceso a la información, mejorando también, la manejabilidad y el coste de producción. Está íntimamente ligada a las contingencias políticas y económicas, así como a la historia de las ideas y de las religiones.

Orígenes y antigüedad 
La escritura es la base de la existencia del texto y del libro. Es un sistema de signos lingüísticos que permite transmitir y conservar las nociones abstractas. La escritura empezó a elaborarse entre el IX y el IV milenio adC; en principio en forma de imágenes que pasaron a conformar los conjuntos pictográficos por simplificación. A continuación nacieron los ideogramas y después los signos fonéticos que simbolizaban los sonidos (sílabas o letras). Sin embargo, el libro sigue estando ligado a su soporte, a la voluntad humana de dar una materialidad perdurable a un texto. La piedra fue el soporte más antiguo de escritura que ha llegado hasta nuestros días; pero la madera sería realmente el verdadero soporte del libro. Las palabras biblos y liber tienen, como primera definición, corteza interior de un árbol. En chino el ideograma del libro son las imágenes en tablas de bambú. También se encontraron tablas de madera en la Isla de Pascua. Después se encontraron unas tablillas de arcilla utilizadas en Mesopotamia en el III milenio adC. El cálamo, un instrumento en forma de triángulo, servía para imprimir los caracteres en la arcilla antes de ser cocida. Fue la escritura utilizada por los asirios y por los sumerios, una escritura en forma de cuña, de ahí su nombre: escritura cuneiforme. Las tablillas se cocían después para que quedaran solidificadas. En Nínive fueron encontradas 22.000 tablillas del siglo VII adC, era la biblioteca de los reyes de Asiria que disponían de talleres de copistas y lugares idóneos para su conservación. Esto supone que había una organización en torno al libro, un estudio sobre su conservación, clasificación, etc. La seda en China fue, también, un soporte para la escritura. Se escribe con la ayuda de pinceles. Diferentes soportes fueron utilizados a lo largo de los años: hueso, bronce, cerámica, escamas etc. En la India, por ejemplo, se utilizaban hojas de palma seca. Todos los materiales que permiten conservar y transmitir un texto son, por tanto, adecuados para llegar a convertirse en un libro. En este caso, el cuerpo humano podría considerarse, también, como un libro, por medio del tatuaje. Si se admite que la memoria humana se desarrolla o se transforma con la aparición de la escritura, no es absurdo pensar que esta facultad convierte al hombre en un libro viviente (esta idea fue desarrollada por Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451, y Peter Greenaway en su obra The Pillow Book).

El papiro 
Las tablillas fueron reemplazadas por los volumina (plural de volumen), rollos de papiro, más ligeros y más fáciles de transportar. Fueron los principales soportes de la escritura en la antigüedad en Egipto, Grecia y Roma. Tras haber sacado la médula de los tallos, con una serie de operaciones (humidificación, prensado, secado, encolado, recortado) se podían obtener unos soportes de una calidad variable, los mejores se utilizaban para las escrituras sagradas. Se escribía en ellos con un cálamo (tallo de una caña cortado oblicuamente) o utilizando plumas de aves. La escritura de los escribas egipcios se denomina hierática, o escritura sacerdotal que a diferencia de la escritura jeroglífica dispone de signos más simplificados, más adaptados a la escritura manuscrita (los jeroglíficos solían grabarse en madera o muros). Los rollos de papiro, resultado del encolado de muchas hojas, se envolvían en un cilindro de madera, enrollándolos. Algunos sobrepasan los 40 metros (crónica del reinado de Ramsés III). Se desenrollaban horizontalmente; el texto está escrito por una sola cara y dispuesto en columnas. El título se indica por medio de una etiqueta atada al cilindro. Los rollos en papiro que se conocen provienen de tumbas en las que se depositaban plegarias y textos sagrados, como el Libro de los muertos, datados de principios del II milenio adC. Estos ejemplares demuestran que el desarrollo del libro, bajo su aspecto material y en su apariencia exterior procede de un contenido estructurado por los valores políticos (historia de los Faraones) y religiosos (creencia en el más allá). La influencia particular dada a la escritura y a las palabras pudo estar motivada por la búsqueda de los medios para la conservación y transmisión de los textos. Estas influencias políticas y culturales sobre la historia del libro serán tratadas después.

Los escribas 
Los escribas, cuyos servicios fueron indispensables en culturas como la egipcia, babilónica y hebrea, entre otras, eran personas instruidas que ejercían actividades administrativas, tales como tomar al dictado textos, poner por escrito transacciones comerciales, escritos jurídicos o registrar documentos históricos para gobernantes, nobles, reyes y clero.

El pergamino 
Progresivamente el pergamino fue sustituyendo al papiro. La leyenda atribuye su invención a Eumenes III, rey de Pérgamo, de donde procedería el nombre de pergamineum que derivó en pergamino. Su producción empezó hacia el siglo III adC. Conseguido a partir de la piel de los animales (cordero, vaca, asno, antílope, etc.) podía conservarse, por más tiempo, en mejores condiciones; más sólido, permitía, asimismo, el borrado del texto. Era un soporte muy caro dada la materia empleada así como el tiempo de su preparación.

Grecia y Roma 
Los cilindros de papiro se llaman volumen en latín, palabra que significa movimiento circular, enrollamiento, espiral, torbellino, revolución, en fin, rollo de hojas escritas, manuscrito enrollado, libro. Los romanos utilizaban también tablas de madera untadas con cera en las que se podía imprimir y borrar los signos con la ayuda de un estilete (que tenía una extremidad acabada en punta y la otra redondeada). Estas tablas podían estar unidas de manera similar a las de los códices. Servían, por ejemplo, para enseñar a escribir a los niños (según los métodos descritos por Quintiliano en sus Instituciones Oratorias). El volumen es enrollado alrededor de unos cilindros de madera. No permite más que un uso secuencial: se está obligado a leer el texto siguiendo el orden en el que ha sido escrito, es difícil poner una referencia para acceder, directamente, a una parte determinada del texto. Los únicos volúmenes que en la actualidad se siguen utilizando son los del Torah, en las sinagogas.

Cultura del libro 
Los autores de la antigüedad no tenían ningún derecho sobre sus obras publicadas; no existían ni los derechos de autor ni derechos de los editores. Cada quién podía copiar un libro y modificar su contenido. Los editores ganaban bastante dinero y los autores ganaban, sobre todo, la gloria: el libro conseguía inmortalizar a su autor. Esto pertenece a la concepción tradicional de la cultura: un autor se forma imitando a unos modelos a los que trata de mejorar. El estatuto del autor no es apercibido como un estatuto absolutamente personal. Desde el punto de vista político y religioso, los libros siempre han sido censurados: los de Protágoras fueron quemados porque negaba que se pudiera saber si los dioses existían. De una manera general, los conflictos culturales propiciaron una importante destrucción de libros: en 303, el emperador Diocleciano ordenó quemar todos los libros cristianos; y los cristianos, a su vez, destruyeron las bibliotecas. Estas prácticas han sido llevadas a cabo durante toda la historia de la humanidad. Se puede deducir que lo que está en juego en estas luchas en torno a los libros es: hacer desaparecer todo vestigio de las ideas del adversario privándole de la posteridad o de la inmortalidad que llevaba implícita el contenido de su obra. Se golpea brutalmente a un autor cuando se destruye su obra: es una forma de violencia que puede ser más eficaz que la violencia física. Hay, sin embargo, otra forma de censura menos visible, pero también muy eficaz, consistente en reservar un libro para una elite; el libro no es, en su origen, un soporte para la libertad de expresión, puede servir para confundir los valores de un sistema político, como en la época de César Augusto, emperador que reunió en torno a sí, muy hábilmente, a grandes escritores: un antiguo y buen ejemplo de la manera de controlar un medio en favor del poder político.

Difusión y conservación del libro en Grecia 
No existía, sin duda, el comercio con el libro, pero existían algunos lugares dedicados a la venta de los mismos. La difusión, la conservación y la reflexión sobre la catalogación del libro y la crítica literaria se desarrollaron durante la época helenística con la creación de grandes bibliotecas, que respondían al deseo enciclopédico que se puede encontrar, por ejemplo, en el afán de Aristóteles y que respondían también, sin duda, a razones de prestigio político.

El desarrollo de la edición en Roma 
La edición de un libro se desarrolló en Roma en el siglo I adC, con la literatura latina influenciada por el helenismo. Esta difusión concierne, especialmente, al círculo literario. Ático fue, por ejemplo, el editor de Cicerón. Pero el comercio del libro fue extendiéndose progresivamente por todo el Imperio Romano. El libro se difundió, por tanto, gracias a la extensión del Imperio que implicó la imposición de la lengua latina en la mayoría de los pueblos (España, África, etc.) Las bibliotecas eran privadas o bien eran creadas por algunos particulares. Julio César quiso crear una biblioteca en Roma: una biblioteca era, ya por entonces, un instrumento de prestigio político. En el año 377 existían en Roma 28 bibliotecas, así como existían muchas pequeñas bibliotecas en otras ciudades. Pese a esta gran difusión del libro, no se tiene una idea exacta de la actividad literaria de la época dado que millares de libros se perdieron.

Edad Media 
Finalizando la Antigüedad entre los siglos II y III, el códice sustituyó al volumen. El libro ya no era un rollo continuo, sino un conjunto de hojas cosidas, con lo que el libro o códice adquirió el aspecto rectangular que conocemos hoy. Desde ese momento fue posible acceder directamente a un punto preciso del texto. El códice resultaba más manejable, podía ponerse sobre una mesa facilitando, de esta forma, el que el lector pudiera tomar notas o escribir mientras leía. El formato de los códices fue mejorando con la separación de las palabras, las mayúsculas y la puntuación, cosa que permitía una lectura silenciosa; después se añadieron las tablas de las materias y los índices, que facilitaron el acceso directo a la información requerida. Fue éste un formato tan eficaz que todavía se utiliza hoy, después de más de 1.500 años de su aparición. El papel reemplazó, progresivamente, al pergamino. Una materia más barata que permitió una difusión más amplia del libro.
 
El libro en los monasterios 
En el 304 innumerables libros cristianos fueron destruidos por orden de Diocleciano. Durante los períodos convulsos de las invasiones, los monasterios pudieron conservar, para Occidente, textos religiosos y algunas obras de la antigüedad. Asimismo, Bizancio dispuso de importantes centros de copia. El papel que jugaron los monasterios en la conservación de los libros es bastante ambiguo: la lectura era una actividad importante en la vida religiosa, su tiempo se dividía en plegarias, trabajo intelectual y trabajo manual (en la orden de los benedictinos), por ejemplo. Era necesario hacer copias de determinadas obras había, pues, unas scriptoria (plural de scriptorium) en muchos monasterios en los que se copiaban y decoraban los manuscritos que se guardaban en armarios, pero, contrariamente a lo que se cree, la conservación de los libros no tenía siempre, como finalidad, la preservación de la antigua cultura, sino la de entender los textos religiosos con la ayuda de la antigua sabiduría. Algunas obras no fueron copiadas porque los monjes consideraron que eran muy peligrosas. Por otra parte, y por necesidades de uso, los monjes reutilizaban raspando los viejos manuscritos, destruyendo así obras muy antiguas. La transmisión del conocimiento estaba centrada, sobre todo, en los textos sagrados.

Copia y conservación de los libros
Pese a esta ambigüedad, hay que reconocer que los monasterios, tanto en Occidente como en el imperio Oriental fueron los custodios de muchas obras profanas de las bibliotecas creadas por Cassiodoro (Vivarium, en Calabria, hacia 550), o por Constantino en Constantinopla. Había, por tanto, muchas bibliotecas, pero la supervivencia de los libros dependía, a menudo, de las luchas políticas e ideológicas, que conllevaban, con frecuencia, las destrucciones masivas o los daños incalculables de las ediciones (dispersión de los libros, por ejemplo) durante las disputas iconoclastas ocurridas entre 730 y 840.

El scriptorium 
El scriptorium era el lugar de trabajo de los monjes copistas: los libros eran copiados, decorados, encuadernados y conservados. El Armorius dirigía el trabajo haciendo las funciones de un bibliotecario. El trabajo del copista tenía muchas secuelas: por ejemplo, gracias a su trabajo las obras circulaban de un monasterio a otro; las copias permitían que los monjes entendieran las obras y pudieran perfeccionar su aprendizaje religioso. Era un trabajo laborioso: se leía un libro al mismo tiempo que se hacía una escritura apropiada para el servicio de Dios. Además de hacer las copias de sus propios libros, los monjes también hacían copias por encargo. Una copia comportaba diferentes fases: preparación del manuscrito en forma de cuadernos que se unían una vez terminado el trabajo, presentación de las páginas, copia propiamente dicho, revisión, corrección de las faltas, decoración y encuadernación. La confección del libro requería, por tanto, diferentes artesanos, que convertían un manuscrito, por este método, en una obra colectiva.

Transformación de la edición del libro en el siglo XII 
La transformación de las ciudades en Europa cambió, asimismo, las condiciones de la producción de los libros que ampliaron su difusión, poniendo fin al periodo monástico del libro. Estos cambios vinieron acompañados por la renovación intelectual de la época. En torno a las primeras universidades se desarrollaron las nuevas estructuras de producción: los manuscritos de consulta servían tanto para los estudiantes como para los profesores que enseñaban teología o artes liberales. El desarrollo del comercio y de la burguesía suponían, de igual modo, una demanda de textos especializados, o no (derecho, historia, novelas, etc.); y es en esta época cuando empiezan a desarrollarse los escritos en lengua vulgar (poesía cortesana, novelas románticas, etc.) El cometido del editor era, en consecuencia, cada vez más importante. Se crearon entonces varias bibliotecas reales: como la de San Luis o la de Carlos V. También se coleccionaban libros en las bibliotecas privadas que adquirieron gran auge en los siglos XIV y XV. Es precisamente en el siglo XIV cuando se difunde por Europa la utilización del papel. Este soporte, menos caro que el pergamino, procedía de China y llegó a Europa por intermedio de la cultura árabe (siglos XI y XII en España). Se utilizó, sobre todo, para las ediciones económicas, mientras que el pergamino servía para las ediciones de lujo.

El libro en Oriente 
El libro (de hueso, escamas, madera o seda) ya existía en China desde el II milenio adC. El papel fue inventado hacia el siglo I. El descubrimiento del empleo de la de la morera se atribuye a Ts’ai Louen, pero es posible que su utilización fuera más antigua. Se reproducían los textos con la ayuda de unos sellos grabados en relieve. En el siglo XI, un herrero, Pi Cheng, inventó los caracteres móviles, pero esta técnica no se empleó mucho quizá porque, a causa de la tinta empleada, los grabados no tenían muy buena calidad. Los Uigur, pueblo del Turquestán utilizaban, también, esta técnica. Se conocen muchos y diferentes formatos de libros en China: los libros en rollo, grabados en madera, los libros giratorios, encolado de hojas en serie, y los libros mariposa.

Civilización árabe 
En el siglo VIII los árabes aprendieron a fabricar el papel, tal y como lo hacían los chinos, y lo dieron a conocer en Europa. Los árabes crearon unas impresionantes bibliotecas, dignas de su gran cultura. Son ellos, precisamente, los que transmitieron una parte importante de las obras griegas a Europa. Sirve como ejemplo el redescubrimiento de las obras de Aristóteles comentadas por Avicena, descubrimiento que dio lugar a enconadas disputas entre Tomás de Aquino y Siger de Brabant.

Época Moderna 
La elaboración de las técnicas de impresión por parte de Gutenberg hacia 1440 dieron paso a la entrada del libro en la era industrial. El libro ya no era un objeto único, escrito o reproducido de acuerdo con la demanda. La edición de un libro requiere de toda un empresa, capital para su realización, y un mercado para su difusión. Por consiguiente, el coste de cada ejemplar baja considerablemente lo que, a su vez, aumenta notablemente su expansión. El libro en forma de códice e impreso en papel, tal y como lo conocemos actualmente, aparece, por tanto, a finales del siglo XV. A los libros impresos antes del 1 de enero de 1501 se les llama incunables.

Época contemporánea 
La introducción de las prensas para imprimir utilizando el vapor, poco después de 1820, así como los nuevos molinos de papel funcionando también a vapor, constituyeron las innovaciones más importantes después del siglo XV. Ambas hicieron bajar, notablemente, los precios de los libros a la vez que aumentaban su tiraje. Muchos elementos bibliográficos, como la posición y formulación de los títulos y de los subtítulos se vieron afectados, también, por esta nueva producción en serie. Después del siglo XIX aparecieron nuevos tipos de documentos: fotografía, registros sonoros, cine, etc. La ruptura se produjo en los años 1990. La generalización de los códigos numéricos multimedia, que codifica de una manera única y simple (0 ó 1) los textos, las imágenes fijas, las imágenes animadas, y los sonidos es una invención, sin duda, tan considerable como la de la escritura. El hipertexto mejoró, de forma notable, el acceso a la información. Por último, Internet hizo bajar los costes de producción y de difusión, como lo hizo la impresión a finales de la Edad Media. Resulta bastante difícil predecir el futuro de los libros. Una parte importante de las consultas que se realizan en busca de información, requieren un acceso directo y no una lectura secuencial, como, por ejemplo, sucede con las enciclopedias, éstas van desapareciendo, poco a poco, en forma de libro, a la vez que la información va apareciendo, de forma cada vez más significativa, en las páginas web de Internet. El texto se separa de su soporte. Sin embargo los libros electrónicos, o e-books, no tienen por ahora demasiada aceptación. Se puede asegurar que el formato códice (libro) tiene, todavía, una larga vida, tanto para los que necesitan de una lectura secuencial como para aquellos para los que el libro significa no sólo un bello objeto, sino también el soporte de información: novelas, ensayos, biografías, filosofía, historia, historietas ilustradas o libros de arte y un largo etc.




Partes del libro
Partes exteriores:
Cortes del libro: Todo libro tiene tres cortes, el superior o de cabeza, el inferior o de pie y el delantero que es el que está opuesto al lomo. El corte delantero puede ser plano (si el lomo también lo es) o adoptar forma cóncava cuando el lomo es redondo. A esta forma se le denomina mediacaña. El corte suele ser blanco o del mismo color del papel, aunque, en ediciones cuidadas o de mucho manejo, puede dorarse, pintarse, jaspearse, bruñirse, labrarse, etc.

Planos: Los planos son las dos caras, anterior y posterior del libro, que se denominan delante y detrás.

Cubiertas: Los planos y el lomo de papel con que se forra el libro para su encuadernación en rústica se denomina cubiertas. En este caso la cubierta anterior lleva impreso en nombre del autor, el título de la obra y el pie editorial. En los encartonados, la cubierta recibe también el nombre de tapa o tabla, y pasta si se recubre con piel.

Nervios: Aunque se refiere a cada una de las cuerdas, cordeles o bramantes que se colocan en el lomo del libro para reforzar la encuadernación por extensión se refiere, también, a los salientes que producen en el lomo una vez encuadernado. Reciben esta denominación porque, originariamente, estaban hechos con nervio de caballo. Hoy, en la mayoría de los casos, no son más que un adorno y se denominan nervios falsos u ornamentales.

Tejuelo: Pequeño trozo de piel, tela, papel o cualquier otro material que se pega al lomo y que lleva impreso el nombre del autor y el título. Su color suele contrastar con el de la piel del lomo. 
 
Partes interiores
Guardas: Hojas de papel que coloca el encuadernador dobladas por la mitad para unir el libro y la tapa. Generalmente son de papel distinto usado en el cuerpo del libro, tanto en el cuerpo como en el gramaje y en el color.

Hojas de respeto o cortesía: Hoja en blanco que se coloca al principio y al final del libro. En ediciones de lujo o especiales se colocan dos o más hojas de cortesía.

Anteportada o portadilla: Es la hoja anterior a la portada, puede ir en blanco, aunque generalmente se imprime el título del libro en caracteres abreviados o menores que el de la portada.

Contraportada: Es la cara posterior de la anteportada o portadilla, puede ir en blanco o bien figurar en ella el título general de la obra, cuando ésta consta de varios tomos. También puede figurar en ella algún grabado con retrato del autor o sin él.

Frontispicio o frontis: Es la portada cuando va orlada o decorada tipográficamente con grabados o alegorías. También se suele denominar frontis a la contraportada cuando va orlada e ilustrada.

Portada: Es la página más sobresaliente del libro; especifica de forma más extensa el título de la obra, el nombre del autor, nombre del prologuista, méritos del autor o cualquier otra explicación interesante de resaltar, lugar de la impresión, nombre del impresor y la fecha.

Página de derechos: Es la que ocupa el reverso de la portada y en ella figuran los derechos de la obra, número de ediciones, pie de imprenta, etc.

Dedicatoria: Es el texto con el cual el autor dedica la obra, se suele colocar en el anverso de la hoja que sigue a la portada. No confundir con dedicatoria autógrafa del autor que es cuando el autor, de su puño y letra, dedica la obra a una persona concreta.

Prólogo: Es el texto previo al cuerpo literario de la obra. El prólogo puede estar escrito por el autor, editor o por una tercera persona de reconocida solvencia en el tema que ocupa a la obra. El prólogo puede denominarse prefacio o introducción.

Preliminares: Antiguamente se utilizaba una página anterior al texto e incluía Censuras, Loas, Privilegios, etc. Modernamente está en desuso o bien se utiliza en caso de existir algún texto de agradecimiento.

Índice: Es una relación esquemática del contenido del libro. Puede ir al principio o al final (en las obras científicas al principio y en las literarias al final). Los índices cronológicos, geográficos, de láminas, etc. suelen ir al final de la obra.

Colofón: Se pone al final de la obra (en la última página impar) y en él consta el lugar de impresión, la fecha y el nombre de la impresión. También incluye el número de tirada y el escudo del impresor.